Marruecos'17: Fez - Imilchil
Día 2: Fez - Imilchil
Pues empezamos bien... a media noche me despierto con malestar estomacal, tras comprobar que los inodoros no son de oro, me tomo un almax y me vuelvo a meter en la cama con la vaga esperanza de que se trate de unos simples ardores. Cuando bajo a desayunar, la cosa ha empeorado, apenas logro meter en el cuerpo un yogur y me subo rápidamente a vestirme de moto y terminar de empacar.
Salimos sin complicaciones. De nuevo a primera hora esta ciudad también parece dormir y apenas hay tráfico. Nos dirigimos hacia Ifrane por la N8. Conocida como la pequeña suiza marroquí por la semejanza de sus infraestructuras con una ciudad centroeuropea. -En Albacete tenemos una suiza manchega, Ayna. No vamos a ser menos ja-. Es cierto que se nota, respecto a lo que venimos viendo, que la ciudad es más amplia, limpia, con más verde, los edificios son mas «occidentales». Quizá el contraste aún es más acusado al venir de Fez, que es todo lo contrario, una ciudad típicamente marroquí y más aún su medina, capaz de transportarte unos cuantos cientos de años atrás en el tiempo.
Esto tiene una explicación, y no es otra que Ifrane fue construida por los franceses en la década de 1930 como destino vacacional. Además de la ciudad, también se preocuparon del entorno, acondicionándolo acorde a estas pretensiones poblándolo de miles de árboles que hacen especial el lugar.
Nos detenemos un momento a ver el león de la roca, prácticamente la única atracción turística de la ciudad, mas allá de pasear por sus zonas verdes y su estación de esquí. El origen de la estatua, emblema de la villa, resulta algo incierto, todo lo contrario que su dedicatoria, ya que hace referencia a uno de los animales que antiguamente habitaba esta parte de Africa: el león del Atlas o león de Berbería, ya extinto.
Vamos subiendo de altitud y el paisaje cambia por momentos a algo más típicamente montañoso. Veo a operarios limpiando las cunetas de basura, tarea que intuyo de nunca acabar, porque apenas unos kilómetros después, una paisana arroja su bolsa de basura desde su coche con total tranquilidad.
Las llamadas y el consumo de datos, por norma general, resultan elevadísimos en Marruecos con los operadores nacionales. Un truco consiste en comprar una tarjeta prepago por un par de euros y gastar el par de gigas para tus necesidades.
Esto lo hacen mis compañeros en Azrou. Llevo intención de conseguir una yo también, pero mi cuerpo dice basta y sentado en el bordillo de una acera vacío la hormigonera sin pena ni gloria. Por supuesto, esto hace que se me olvide lo de la tarjeta.
Parece que tras la heroica acción, el malestar se ha aplacado, sin embargo, decido no tomar nada mientras no me lo pida el cuerpo, reduciendo mi dieta a unas botellas de preparado de suero fisiológico.
Las llamadas y el consumo de datos, por norma general, resultan elevadísimos en Marruecos con los operadores nacionales. Un truco consiste en comprar una tarjeta prepago por un par de euros y gastar el par de gigas para tus necesidades.
Esto lo hacen mis compañeros en Azrou. Llevo intención de conseguir una yo también, pero mi cuerpo dice basta y sentado en el bordillo de una acera vacío la hormigonera sin pena ni gloria. Por supuesto, esto hace que se me olvide lo de la tarjeta.
Parece que tras la heroica acción, el malestar se ha aplacado, sin embargo, decido no tomar nada mientras no me lo pida el cuerpo, reduciendo mi dieta a unas botellas de preparado de suero fisiológico.
Proseguimos hasta el famoso bosque de cedros de Azrou, donde nos detenemos a ver a los macacos. No sabía que en las cercanías hay un cedro milenario, aunque tampoco habría servido de mucho saberlo, la atracción principal son los simios y el echarles cacahuetes. Mucho mas impredecibles, divertidos y turísticos que un cedro. La atracción se completa con algunos puestos de cacahuetes y un par de muchachos al cargo de sendos caballos en el que posar montado para una foto y darte un paseo por los alrededores.
Dejamos a los primates y continuamos por una carretera rota, que conforma la primera toma de contacto con algo que no sea asfalto en buen estado, dando la oportunidad de rodar «en serio» de pie sobre la moto por grava.
Estamos en medio de ningún sitio y está avanzada media mañana, por lo que paramos en mitad de la carretera a picar algo.
Quién pueda.
Aunque siempre hay tiempo para las muestras de cariño. Sin el malentendido a mi cuenta, habría salido perfecta porque la mía va en una maleta. Llevo puestas las camisetas viejas durante las rutas para ir tirandolas tras la ducha y las de los domingos reservarlas para los paseos. Como bien comentó Manel, ésta se podría catalogar como: «hoy salgo-recorriendo en moto»
Rodamos por terrenos yermos, aún con la imagen próspera de Ifrane en la mente cuando en unos instantes cambiamos radicalmente de registro y nos damos de bruces con otra realidad. Dejado atrás el bosque y rodar por un altiplano en el que se alterna el asfalto con la grava, la civilización queda atrás a la misma velocidad con la que avanzamos.
En un altillo, Antonio se detiene a la espera del coche de apoyo, ante unos niños desarrapados que andan al cuidado de unas ovejas y pidiendo a todo el que pase a pie de carretera.
En un primer momento no me hace gracia ver a los niños pidiendo en la carretera, pero una vez que estamos pie a tierra, y puedo observar con mas detenimiento el entorno, un pedregal desértico en el que apenas se diferencian unos chamizos de plástico con cuatro ovejas por allí rumiando, comprendo que quizá no hay nada peor que hacer.
El arcón del jeep va lleno de ropa usada que ha ido recolectando en su entorno. Cuando lleguen las nieves, estamos a cerca de 1.800m y aquí nieva en invierno, seguro les serán de utilidad.
En la distancia advierto a una cría un poco mayor que mi sobrina, le calculo unos 4 o 5 años, descalza y con mas mierda que la bombilla de una cuadra, corriendo entre las piedras en nuestra dirección. Lo poco que me queda de estómago sano, me sube al cielo de la boca ipso facto, y esta vez no es para potar, sino para hacerme un nudo marinero en la garganta.
A duras penas logro sostener la emoción, y mientras en el coche siguen repartiéndoles la ropa y algunos juguetes, mi mente está en otra parte, en la diferencia de prioridades, diferencia de valores, diferencia de... todo, con mi micro mundo.
Durante esta jornada apenas he disparado fotos, en este momento tengo el teléfono en la mano y con él hago la peor foto de mi vida.
Durante esta jornada apenas he disparado fotos, en este momento tengo el teléfono en la mano y con él hago la peor foto de mi vida.
El siguiente destino es la cascada de I'Oum-er-Rbia (Sources Oum Rabia) del que nos distan unos treinta y pocos kilómetros. En este corto tramo se aprecia una mayor escasez entre la población, y no me refiero solamente a la gente, que es mas bien poca la que encontramos,
apenas unos pastores cuidando de mínimos rebaños de cabras u ovejas,
y sobre todo niños, niños macarras pidiendo en la carretera, y de momento (va a peor con los días), solo arrinconando la moto al mínimo espacio suficiente para pasar,
y niñas con otra forma de hacer, mostrándote sus productos y ya tú si quieres, paras y compras.
sino por las «viviendas» o chabolos donde intuyo viven.
Llegamos a las cascadas de I'Oum-er-Rbia (Sources Oum Rabia). Dejamos las motos, negociamos el precio de la vigilancia con el/los gorrillas y subimos por el paseo hacia las cascadas.
Con el mal cuerpo que tengo, y dado que no hay mucha agua para que sea espectacular, opto por no llegar a pie de cascada y me quedo a medio camino a esperar, junto a algún compañero que tampoco le apetece subir, al resto del grupo que sí que se acerca a la base de la cascada.
Esta podría ser la próxima portada de La Oreja de Van Gogh jajaja
Aquí el ambiente es más de andar por casa, alrededor del pequeño cauce se han ido construyendo chabolas sustentadas con palos de madera y techos de tela y ramas, sobre suelo rústico de ladrillo y cemento, supongo para que quede algo en caso de crecida.
Esta proliferación de chamizos han hecho aflorar una serie de servicios asociados al visitante, tales como puestos de comida o pequeños artículos artesanales y algún tipo de sustento a personas sin recursos que venden el pan que cuecen a pie de sendero en su minúsculo horno de adobe.
Algunos de ellos, hacen las veces de restaurantes, con una mesilla pequeña sobre unas alfombras.
Mientras duermo una pequeña siesta a pie de agua apoyado sobre un palo para que no me de envidia, mis compañeros hacen acopio de unos tallines.
mira que me jode venir hasta aquí y no poder comer, con lo que me gusta...
Los cubiertos son inexistentes. Como anécdota, pidieron unas servilletas y la solución consistió en un trapo sucio para compartir.
Inconscientes de la que se nos venía encima, disfrutamos tranquilamente del ambiente festivo y la curiosidad del lugar. En unos momentos dará inicio una parte del viaje que seguro quedará marcada en mi memoria, más aún que el resto, para los restos.
La salida de las cascadas se hace por una carretera rotísima, con verdaderos socavones aunque yendo en moto se esquivan sin problema. Cuando el asfalto sigue entero, apenas se trata de una línea de tres metros de ancho, pero como apenas hay tráfico tampoco es problema.
Repostamos en Khénifra, ya con un sol con bastante predisposición a ocultarse, y nosotros aún sorprendiéndonos con las barbaridades locales en materia de seguridad vial
En teoría deben quedar algo más de dos horas de camino. Con esto del malestar no he mirado el recorrido y voy todo el día a remolque. Ahora pagaré el error. Mentalmente hago una aproximación de unos 100Km.
Salimos convencidos de que se nos echará la noche encima. Pero de nada más.
Tras el abandono de la N8, poco a poco van sucediéndose pequeños tramos en obras, en principio anecdóticos, como pasos de un riachuelo de apenas unos metros. Cortan el ritmo, pero se pasan enseguida. Ya con la noche encima comienzan a sucederse los tramos más extensos de obras, sin asfalto, cuando no trechos kilométricos de grava. Yo que apenas tengo experiencia offroad y encima de noche, voy con la adrenalina haciéndose dueña de mi riego sanguíneo por momentos y temo que me cueste caro. Mentalmente debía haber terminado la etapa hace unas horas, todo se me hace largo y fastidioso y como tampoco sé lo que queda, me centro en conducir para evitar que me entren ganas de insultar a alguien.
Paramos en una aldea (Ouaourioud) en la que hay un tenderete abierto en el que tres o cuatro parroquianos ven el futbol ante una estufa de leña y una tetera.
Caigo en la cuenta que estoy tiritando, la noche y la altitud han traído un descenso de la temperatura que, en estos momentos, no superará los 5º. Apenas me tengo en pie, mezcla de cansancio acumulado, falta de energías por no comer y el aterimiento por el frío, así que no lloro por el qué dirán.
Antonio nos pide perdón, alegando el desconocimiento de este estado de la carretera. Lo cierto es que me da igual, solo quiero llegar y darme una ducha caliente. Esto es lo que hay y hay que hacerlo. Aún quedan 30 kilómetros y el estado de la carretera no mejorará.
Paramos en una aldea (Ouaourioud) en la que hay un tenderete abierto en el que tres o cuatro parroquianos ven el futbol ante una estufa de leña y una tetera.
Caigo en la cuenta que estoy tiritando, la noche y la altitud han traído un descenso de la temperatura que, en estos momentos, no superará los 5º. Apenas me tengo en pie, mezcla de cansancio acumulado, falta de energías por no comer y el aterimiento por el frío, así que no lloro por el qué dirán.
Antonio nos pide perdón, alegando el desconocimiento de este estado de la carretera. Lo cierto es que me da igual, solo quiero llegar y darme una ducha caliente. Esto es lo que hay y hay que hacerlo. Aún quedan 30 kilómetros y el estado de la carretera no mejorará.
Entre unos cuantos suben la BMW de Javi al carro, que con un retén reventado no quiere continuar. No pregunto como lo están pasando los que llevan asfálticas. Me termino lo que me queda de la botella de suero fisiológico y continuamos.
En el fondo y pese a todo, voy renegando por perderme el paisaje que la oscuridad esconde, principalmente cuando subimos por las escaleras de un puerto de montaña del que no se el nombre, pero sí la altura, 2.610 metros y que sin duda alguna da inicio al Atlas escarpado. Por suerte, mi moto está pensada para esto y apenas me ha hecho un extraño.
En el fondo y pese a todo, voy renegando por perderme el paisaje que la oscuridad esconde, principalmente cuando subimos por las escaleras de un puerto de montaña del que no se el nombre, pero sí la altura, 2.610 metros y que sin duda alguna da inicio al Atlas escarpado. Por suerte, mi moto está pensada para esto y apenas me ha hecho un extraño.
Tras más de 4 horas para hacer unos 150 kilómetros, hoy dormiremos a 2.230 metros de altitud. La habitación está fría, o eso me parece y para colmo no sale agua caliente. Bajo un poco por socializar, pero no tengo hambre y apenas hago otra cosa que tiritar. Me meto en la cama con todas las mantas que encuentro encima de mí. Unas cinco si no cuento mal y mañana será otro día.
Puede continuar el viaje:
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